Por fin, aquella Navidad en la nueva tierra,
ya tenían casa. Ya no pasaban hambre. Papá y mamá tenían ya trabajo. Incluso,
gracias a la generosidad de la señora en cuya casa limpiaba mamá y del jefe de
papá, Idrissa había podido disfrutar de una comida algo mejor y de los dulces
navideños típicos de la tierra.
Pero nadie pensó que no solo de pan vive un
niño. Idrissa pregunta si le traerán algo los Reyes Magos como a los otros
niños de su colegio. Él ha escrito también su carta. Adila, su madre, le
explica que a ellos no los conocen estos señores porque son extranjeros, inmigrantes y de otro
color, por tanto, no debe esperar nada.
El niño se empeña en salir a ver la
cabalgata. Encaramado sobre los hombros de su padre contempla asombrado como
los Reyes y sus pajes van repartiendo paquetes
con juguetes a muchos de los niños que hay a su alrededor pero a él ,ni lo ven.
En eso aparece la carroza de Baltasar. Idrissa desde su cumbre lo increpa:
¡Oye, rey! Si eres como yo ¿por qué no me haces caso? ¡Estoy aquí, aquí! Grita.
El Rey, al oír las voces del niño lo ve, lo mira y, como tenía el alma blanca,
coge el paquete más grande de su carroza, le hace señas para que se acerque y se lo entrega.
A todos ,feliz Navidad.