Amaia, el eslabón familiar
De pronto se abre
la puerta y aparecen como un ciclón sus cuatro hermanos. Qué de besos a su
madre y a su hermanita. Les dan las gracias a sus padres por el regalo que
acaban de hacerles. La miran y le hablan. A los pequeños les asombra que sea
tan pequeñita y preguntan si la podrán coger. Claro que podrán, pero ahora han
de llevarla al nido para que duerma. La niña, con unos preciosos ojos abiertos
como si no llevara apenas dos horas en el mundo, parece mirar a sus hermanos.
Incluso emite algún sonido que ellos interpretan como que les ha hablado. Por fin,
la enfermera se la lleva.
También a los abuelos los embarga la emoción.
Se marchan con los niños a los que cuesta convencer. Unas horas después, aparecerán los otros
abuelos, esos que, sin serlo realmente, como tales se sienten. Arturo los
acompaña al nido para mostrarles a la niña.
Tanto unos como
otros comentan que esta niña viene a ser el eslabón que unirá definitivamente a
la familia.
Apenas pasadas
veinticuatro horas del parto, la doctora da el alta a Sofía. Llegan a casa
donde espera al resto de la familia
Incluso Josefina y
Queru, que ese día han querido coincidir, han hecho la comida y tienen
preparado un regalito para la pequeña Amaia.
No obstante, lo
primero que ve Sofía al entrar en casa es, sobre la mesa del salón, una docena
de rosas rojas.