La
casa soñada y quemada
Me iré. Abandonaré esta maldita casa. Pero antes arderá.
Estoy sola y mi corazón se debate entre la pena, la rabia, el sentimiento de liberación, incluso la culpa. Un infarto en el lugar de trabajo. ¿Cómo es posible? Jamás dijo que estuviera enfermo o se sintiera mal; jamás un posible indicio de enfermedad. O acaso yo no lo vi porque, como me decía a veces, no le hice el caso que merecía. Pero si me he desvivido por él, si solo he vivido por y para él. Además, si estaba enfermo ¿por qué se le ocurrió la idea de vivir en este lugar tan apartado, como apartados nosotros de cualquier otro ser humano? Estamos muy bien así solos, repetía una y otra vez. Por otro lado, debía suponer que ante un ataque yo no podría reaccionar debidamente según me había ido anulando. Porque eso fue lo que hizo, anularme. Me retiró de mi trabajo, me alejó de familia y amigos y no quiso hijos. ¿No los quiso o no podía tenerlos y, me culpaba “delicadamente” a mí? No te preocupes decía, el mundo está lleno de mujeres que no pueden ser madres y no se hunden en la miseria por ello. En realidad, si alguna vez propuse una visita al médico no le pareció necesario. Bien es cierto que desde el primer momento se negó a la presencia de niños en nuestra vida, pero, ya se sabe, la esperanza es lo último que se pierde. Y yo puedo decir que he vivido sola. Sí, con un señor que se hacía llamar marido, que incluso, a veces, me dedicaba un “cariño”, o niña mía; así, como a una niña, además boba, me trataba, me ha tratado siempre. Indicio de enfermedad cardiaca ¡no! imposible según su forma de practicar el sexo. Con entusiasmo según él, con energía, vigor…a lo bestia más bien; pues sí, el amor, la ternura, la delicadeza, el respeto se los llevó el diablo. Y yo sola, siempre sola con las plantas, las flores, el agua de la fuente…mis plantas, mis flores, mi fuente.
La casa que un día creí mía y lo fue solo a
medias. Aún recuerdo, como si fuera ayer, cuando vimos la casita y nos
entusiasmó. Algo alejada del mundanal ruido, con espacio para un pequeño huerto
y jardín, sin vecinos incordiantes. Algo idílico, tan bucólico, que me pareció
un sueño llegar a verla mía. Luego vino el tú no vas a trabajar, no lo
necesitas, la casa la mantengo yo; tú vivirás como una reina, ocupándote de mí
y de la casa…y de tu jardín. Ya te traeré yo la compra. ¿Qué más puedes pedir? ¡¿Qué más podía
pedir!? Si yo me atrevía a decir que quizá necesitara ver a alguien… no digas
bobadas, cariño; me verás a mí; nosotros no necesitamos a nadie. Viviremos
felices solos dedicados el uno al otro. Lo haremos todo juntos. Solo nos
separaremos las horas que yo esté en el trabajo que como estarás entretenida
con tus cosas ni te enterarás de que estás sola. Verás. Será magnífico. Pero yo
me asfixiaba y no tenía con quien desahogarme como no fueran las flores, los
pájaros o la fuente. Qué pronto arruinó mis sueños, mis ilusiones, incluso mi
amor. Así pasaban los días, las semanas, los meses y pasaron los años,
¡treinta! ¡Treinta años de mi vida tirados por la borda! Y hoy, aquí estoy
sola, triste, ¿liberada? ¿Sé acaso cómo me siento? Sólo sé que me he de
marchar.
No puedo seguir en esta casa en la que he sido
desdichada, de la que no puedo guardar ni un hermoso recuerdo, a pesar de los
ilusionados principios.
Sí.
Me iré.
Abandonaré esta maldita casa.
Antes la quemaré.