Como
hiciera Pulgarcito con los gorros de sus hermanos y las coronas de las ogritas,
repitió el gesto habitual de cambiar a los bebés sus pulseras identificativas.
Los miró con ternura y salió del nido. Se dirigió ansiosa al laboratorio a
recoger los análisis de su hijo. Todo estaba bien. ¡Magnífico! Pero ¿Qué es
esto? ¡Éste no puede ser mi hijo! Comprendió que no había sido la primera ni la
única con sed de ser Dios.
(Escrito el 8-11-2010)
Que el nuevo año nos sea propicio a todos.
Un microrrelato que muy bien lo podría haber firmado E. L. Doctorow con su narrativa que desasosiega al límite. Esperemos que el año que entra sea más tranquilo y por supuesto muy agradable.
ResponderEliminar