Mientras
recojo mi destino del frío suelo de la cocina, para que se enteren de que me he
marchado.
Va pensando mientras recoge todas sus cosas, hasta las más insignificantes.
Se va para siempre. Sólo volverá de visita. No se marcha embargada por odio, ni
resentimiento. Se va porque ha llegado la hora, le pese a quien le pese.
Siempre tuvo muy claras las ideas acerca de sus obligaciones como hija,
que ha cumplido con creces-. Pero hasta esas obligaciones tienen un límite y
ese límite ha llegado
Salió la primera vez, como de puntillas. Apenas acabada la carrera
encontró trabajo en un pueblecito encantador a unos 300 kilómetros de casa de
sus padres. Fue, como le dijo una buena amiga, providencial.
Surgió por casualidad.
- Me han ofrecido trabajo, en un
colegio de C. Yo no me voy a ir porque aquí está mi novio y queremos encontrar
algo juntos, pero es ideal para ti. Estás soltera, no tienes novio y necesitas
salir de tu casa, lo sabes muy bien.
-Gracias, me salvas la vida.
No lo pensó dos veces. Sus padres, de momento, no se opusieron porque
pensaron que al día siguiente habría cambiado de opinión. ¿Dónde iba a ir sola, tan pavita, tan poquita cosa, tan
indecisa...? Es lo que pensaban de ella porque así es como habían procurado
hacerla. Pero qué lejos estaban de saber, que de lo que ellos habían querido
hacer a lo que había realmente en aquella desconocida que iba a ser desde ahora
su hija, había un abismo.
Se informó sobre el lugar en uno de esos diccionarios enciclopédicos en
los que se encontraba todo lo habido y por haber, como hoy en Internet. Todo lo
que allí decía era -formidable: un pueblecito en medio de la sierra, con
paisajes espectaculares, con ruinas de castillos medievales, al que se llamaba
“la Suiza andaluza”.
Me voy, se dijo. Al día siguiente escribió pidiendo información. La
respuesta fue el aviso de una conferencia telefónica. Le hablaba el que iba a
ser el director del colegio. ¿Qué asignaturas podía impartir? - Todas las de Letras,
¡Qué atrevimiento! Sabidas las condiciones dijo que le mandaran el contrato
para firmarlo y que le buscaran alojamiento.
Cuando su padre vio que la cosa iba en serio intentó convencerla -no
necesitas irte, aquí también encontrarías trabajo y si no, entre tanto no pasa
nada. Efectivamente no pasa nada, pensó. Sólo que sigo siendo la chacha a
cambio de la comida, que no tengo dinero ni para unos zapatos por temporada, un
lápiz de labios y un largo etcétera, sin hablar del preciado y ansiado tesoro
de la libertad. Mientras esto pensaba contestó que ya había dado su palabra y
eso es algo serio. Vamos, que se va.
Su padre no insistió más. Al comentarlo con los amigos le aconsejaron
por unanimidad que la dejara ir, porque le convenía foguearse. ¿Sabían lo que
querían decir? Porque foguear según el diccionario significa, entre otras cosas
esto, que es lo que más se aproxima a la situación, acostumbrar a alguien a las
penalidades y trabajos de un estado u ocupación. También, así en forma
reflexiva, habituarse, avezarse. Quizá a esto se referían. ¿O dijeron
desfogarse que es algo así como desahogarse? Debe ser lo segundo ¡Qué más da! El
caso es que a las dos o tres horas de haber leído la tesina, salió de casa con
la maleta llena de ilusiones y un contrato bajo el brazo.
A primera hora de la tarde. Ella con su bolso y su maletín de la máquina
de escribir y su padre con la maleta. Su madre, como era de esperar, montó el
número. En la escalera llorando como si se la llevaran a la guerra. Las vecinas
ayudándola_ hacedle una tila_ dijo el padre sin querer ni mirar. Ella corría
escaleras abajo. El corazón le brincaba en el pecho y solo le faltaba cantar
aquello que más tarde se escuchó tanto “libertad, libertad…”
Antes, hubo sus diferencias entre ella y su padre acerca del medio de
transporte. Ella, que tenía sus ahorrillos, quería ir hasta Granada en el TER y
de allí al pueblo en autobús. El padre dijo que no eran ellos gente de TER, que
eso era muy elegante y caro. Decidió que había que ir en un tren-correo, en
tercera (asientos de madera en los que se sentaban por lo menos seis personas,
salvo que con un poco de suerte no se llenara el tren) que llegaba a Chinchilla
o a Alcázar de S. Juan, uno de esos sitios. Se llegaba a eso de las diez de la
noche y había que esperar varias horas para tomar otro tren que venía de Madrid
y los dejaría en Baeza; ya de allí a su destino, en autobús.
Como primera providencia, se equivocaron de tren. Había en la estación
uno muy largo. El padre preguntó cuál iba para Madrid y le dijeron: ése.
Creyeron que era todo y se instalaron en el vagón que más les gustó. Cuál no
sería su sorpresa cuando vieron que la mitad del tren partía dejándolos a ellos
en la otra mitad. Vuelta a preguntar y: el de Madrid es el que acaba de salir.
Volando, maletas al suelo, fuera del tren, fuera de la estación, un taxi
¡rápido! a la estación de Alcantarilla. ¡Hay que llegar antes que el tren! ¡Qué
viaje! Pero entraron en la estación al mismo tiempo que el tren con el ídem
justo de pagar al taxista dándole las gracias mientras recogían el equipaje y
¡por fin en su tren!
A eso de las seis de la mañana
llegaron a Baeza. Se sentaron en un bar frente a la estación para tomar algo.
¡Qué diferencia de aquella Baeza a la que visitó muchos años después! ¡Cuánta
porquería por todos lados, cuántas moscas! ¿Serían las antepasadas de éstas las
que inspiraron a Machado? Pero la ilusión de la aventura que acababa de empezar
no le quitaba la alegría. Por fin llegó el autobús que la llevaría a su
destino. Tal vez habría que entrecomillar la palabra “destino”.
Pronto empezaron a aparecer las pinadas, los montes, las caídas de agua
por las laderas. Incluso su padre se entusiasmó con las vistas. Aquello
prometía. Llegaron al pueblo a media mañana. Unos críos como de diez o doce
años se acercaron y le preguntaron si era la señorita que esperaban, los
acompañaron al hotel donde le habían reservado habitaciones.
¡El hotel! El baño estaba fuera de las habitaciones, era comunitario y
como complemento tenía un agujero en el techo justo sobre la ducha. No se duchó-.
Apenas se encontró con el director le dijo: aquí no me quedo. Y él: ya lo
sabía, por eso te he buscado alojamiento con una señora que es la viuda de un
profesor del Laboral, donde vas a estar estupendamente. Parecía que los hados
estaban de su parte. Bueno, en aquel entonces ella pensaba que era Dios que,
por fin, se acordaba de ella.
Hechas esa
tarde las presentaciones a los otros profesores, menos uno que no había
llegado, y visitado el colegio, se trasladó a su nuevo hogar.
Al día
siguiente su padre se volvió ya más tranquilo al dejarla en familia.
Efectivamente estuvo bien. Siempre recordará a aquella pequeña familia, donde
había dos niños (niño y niña) de nueve y once años encantadores, a la que tomó
un gran cariño.
Luego encontró
amigos, familia, paz y el amor. Vivió dos años felices, aunque al final del
primero algo vino a enturbiar su felicidad. A finales de curso su padre le
escribió con la noticia de que ya tenía trabajo en su ciudad, al lado de casa y
ella, llevada por la inercia de tantos años de obedecer y callar, no supo
negarse. Lloró con toda su alma, pero por aquello de que no hay mal que por
bien no venga, el objeto de su amor y desvelos que aún no había desvelado sus
auténticas intenciones, al ver que se le escapaba confesó. Entonces ella
recobró fuerzas y dijo: me quedo.
Se quedó, pero
se iría al curso siguiente por razones que no vienen al caso. Volvió a casa, preparó
oposiciones, consiguió trabajo para el curso siguiente en un Instituto que
acababa de nacer. Tras dos cursos casi de pesadilla en los que, al menos,
consiguió vivir fuera de casa de sus padres durante la semana, y a pesar de los
intentos de su madre por desbaratarle el noviazgo, por fin están juntos de
nuevo. Se han casado
Por eso ella, por si no había quedado claro
que ahora iba en serio, que sólo volvería de visita, estaba recogiendo hasta
los últimos retazos de su vida en aquella casa. No pensaba dejar piedrecitas
señalando el camino para volver o para que creyeran que volvería, como
vulgarmente se dice, con el rabo entre las … No volvería pasara lo que pasara,
más que de visita.
Este relato forma parte
de otro más extenso escrito hace años
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