La lengua de los secretos
Deliciosa novela de Martín Abrisketa.
La guerra civil española vista por Martintxo.
Un chaval vasco de diez años.
Leo que basada en hechos reales, lo
que la convierte para algunos en una novela histórica. De hecho, se la puede
considerar como tal, pero lo cierto es que, por el tono, el protagonismo cedido
a un niño y la ternura que se respira en ella, trasciende lo histórico y nos
quedamos con la vida que vive la familia de Martintxo. Una vida intensa. Llena
de penurias y, sobre todo, de mucho amor.
El autor ha dotado al protagonista
del encanto propio de un niño de diez años. Su inocencia, sus fantasías (cree
que ha nacido en un queso porque su pueblo está perforad por las minas), sus
travesuras. Pero al mismo tiempo, tanto él como la hermana mayor despliegan una
madurez y entereza de ánimo impropias de unos niños.
Tal y como lo vemos en todas las
narraciones de esta índole, el autor mezcla la realidad
más cotidiana
con lo fantástico e imaginario. Incluso en los momentos más dramáticos el niño,
Martintxo, no pierde su inocencia y tendencia a la fantasía. Por ejemplo, en
relación al vecino y amigo que murió al principio del conflicto y del que él
cree recibir cartas. Claro que, justo es destacar, que su hermana mayor,
adolescente, más próxima a él que a los adultos, la alimenta y de esa forma lo
ayuda a superar la dramática realidad que está viviendo.
Los cuatro hermanos viven unas
terribles experiencias hasta volver a casa y reencontrase con los padres. En realidad,
son vicisitudes vividas por muchos niños españoles, los llamados niños de la
guerra, reproducidas en estos cuatro hermanos.
No es la primera vez que este tema
es abordado por un escritor. En “Lo que mueve el mundo” (2013), Kirmen
Uribe cuenta la historia de una niña vasca Karmentxu acogida en Bélgica. La
novela se abre con la referencia a como tras el bombardeo de Guernica el
lendakari decide poner a salvo a los niños. Cuenta como entre mayo y junio de
1937 salieron del puerto de Bilbao diecinueve mil niños que encontrarían
refugio en Francia, Bélgica, la Unión Soviética y Gran Bretaña. Viajaron solos,
como los de nuestra historia, acogidos en Francia.
Este problema en
relación con los niños vascos, lo ha estudiado Jesús Alonso Carballés, pero es
extrapolable a los de cualquier parte de España.
En “El otro árbol de Guernica” (1967) Luis Castresana.,
partiendo de una experiencia personal generaliza a todos los niños vascos que
fueron evacuados a Bélgica.
Un tema similar
encuentro en la novela de Kate Morton “Las horas distantes”. En ella se habla de unos niños ingleses que en la
segunda guerra mundial son sacados de Londres para protegerlos. Los llevan en
un tren con una maestra y cuando llegan a su destino, los habitantes de los
pueblos los van eligiendo según gustos o necesidades. A la protagonista y sus
hermanos los separan, algo que nadie tiene en cuenta. Si se trataba de un niño
en edad de ayudar en una granja se lo llevaba un grajero; o la señora
caprichosa elegía a una niñita por bonita o pequeña que daría menos guerra.
Vemos pues que es un tema recurrente, pues los niños
¿Cómo no? son siempre las principales víctimas, los más perjudicados en todas las
guerras.
Tal vez, podría establecerse una relación con
la literatura a que da lugar en España, a mediados del siglo XX, el grupo de
escritores agrupados bajo el epígrafe de “niños de la guerra”. Son los que por
su edad vivirían, de una u otra forma los conflictos de la guerra civil.
Bastantes de ellos han dejado en sus obras testimonio de aquellos años que les
tocó vivir repletos de dificultades y sufrimientos. Decidieron contar la
historia de su infancia y adolescencia y lo hicieron a través de los ojos de
los niños que fueron también protagonistas de sus novelas, cuentos y relatos de
todo tipo.
Precisamente cree
Ana Marí Matute “que hasta Delibes no se empieza a ocupar la
literatura española de la infancia”
Es Miguel Delibes uno de los escritores que
con más frecuencia recurre a los niños para presentar su mundo novelesco.
Explica el autor en más de una ocasión por que los elige. Porque para el niño
el mundo de los adultos es lejano y por tanto no lo comprende. Y porque el niño
encierra todo el candor y la gracia que podríamos encontrar en el mundo. Todas
las puertas de la vida se le ofrecen totalmente abiertas, Podrá serlo todo…
Esa incomprensión y
alejamiento lo vemos también en “Los niños tontos “de Ana María Matute o en la
protagonista de “Paraíso inhabitado” de la misma autora. Habría que hacer
constar que tampoco los adultos, los mayores, comprenden a los niños y
adolescentes, incluso en ocasiones ni lo intentan. (incluso lo hemos visto en
esta obra que nos ocupa)
Por no extenderme
ni salirme del tema no entro en otros aspectos y obras muy interesantes en este
sentido.
Volvemos a Delibes.
Quizá sus personajes más conocidos en este sentido sean Daniel el Mochuelo de
“El Camino” y el Nini de “Las ratas”.
También Matute presenta a
través de los ojos de los niños la guerra, la injusticia, la incomunicación
humana, la naturaleza…
Sanz Villanueva, al hablar
de “los niños tontos” considera que en la narrativa de esta época destaca la
frecuencia con que aparecen protagonistas infantiles a través de cuya mirada
inocente se filtra el mundo fratricida de los mayores cuyos comportamientos
imitan con dramáticas consecuencias, a veces.
Otros cuentos con niños de la época de Matute: Ignacio Aldecoa
“Chico de Madrid” “Patio de armas”.
Fernández Santos: “Cabeza rapada “y “Mi primo Rafael”
Martín
Gaite: La chica de abajo.
Pero volvamos a “La lengua de los secretos”. Podría decirse que la estructura de la
novela es bipartita. Se van alternado el pasado, que recoge la historia de la
familia Abrisketa a través de la mirada de un niño, Martintxo, con el presente
del narrador adulto, hijo de aquel niño, que necesita obsesivamente escribir
esta novela.
Tal vez podría
aplicarse al autor lo que dice Ana María Matute de la escritura:
“Tienes tus demonios familiares y tus obsesiones y, a partir de ahí, tienes una
idea que te obsesiona o que quieres recuperar, y eso se va larvando dentro de
ti. Luego le tienes que dar carne.”
Son deliciosos los encuentros del narrador con
su madre que lo “atiborra” a zumos. Y con el padre que le irá contando poco a
poco los recuerdos que él va convirtiendo en novela.
Llama poderosamente la atención la maestría
con que el narrador convierte los recuerdos del anciano padre en la historia
vista a través de la mirada de aquel niño que fue. Como, incluso reproduce el
repertorio lingüístico de Martintxo y sus amigos.
Son entrañables muchos momentos del
relato. Los miedos del más pequeño siempre arropado por la hermana mayor; la
casi identificación de la hermana pequeña con esa muñeca que nunca abandona,
hasta tal punto que a veces es nombrada como la muñeca.
Cabe destacar la acogida, incluso
cariñosa, que encuentran durante su periodo de niños exiliados y el trato
recibido de personas a las que no les sobraba precisamente mucho.
La obsesión de Martintxo por los
aviones, a los que llega a idealizar con su mirada infantil e imaginativa, nos
recuerda aquello que Aldous Huxley observó en los dibujos de los
niños españoles alojados en colonias; siempre aparecían aviones, lo que venía a
decir qué era para ellos la civilización de su momento.
No voy a desvelar el significado de título. Se intuye ya en
las primeras páginas.
Una novela que vale la pena leer. No es un consejo. Es una
reflexión en voz alta.
Hasta pronto.