La
magia de las manos
“Una
mano larga y joven de apretón firme”
(Martín
Gaite)
Si me lo permite le subo la maleta.
Al volver la cara para ver al
amble dueño de aquella agradable voz, se quedó asombrada. Las manos que cogían
su maleta eran las más hermosas que había visto en su vida. Agradeció el
detalle y se acomodó en su asiento. Su compañero de viaje, doblaba con sumo
cuidado la cazadora para depositarla también en la repisa maletero y pudo así
seguir contemplando aquellas manos. Luego, también él se acomodó, sacó un libro
que al igual que había hecho ella colocó sobre la mesita abatible del asiento.
Al manejar el libro las manos
seguían totalmente expuestas a la observación de su compañera de asiento. Ella
se sentía incapaz de retirar la mirada de las manos del hombre. Eran grandes,
como no podía ser de otra amanera dada su estatura, viriles, muy masculinas pero
bonitas, estilizadas, hermosas, casi delicadas.
La mujer incapaz de concentrarse
en la lectura, había dejado las suyas, las manos, reposar sobre el libro, lo
que dio lugar a que su compañero se detuviera en su contemplación. Pensó éste,
que eran las manos de mujer más bonitas que conocía. No recordaba haber visto
otras igual. Le parecieron delicadas, suaves, tiernas y se adivinaban cuidadas,
algo que añadía encanto a la persona que las lucía.
Cada uno por su lado
admiraba las manos del otro. Fingían leer, pero observaban las manos.
Aprovechando el paso del carrito del bar pidieron un café y el hombre, que iba
en el asiento de pasillo, le acercó la taza. Esta circunstancia les sirvió para
entablar conversación.
_No es muy bueno este café, pero ayuda a sobrellevar las
horas del viaje
_Es verdad. Es una pena que hayan eliminado las meriendas y/o
desayunos que ofrecían hace algún tiempo.
_Perdone, ¿va muy lejos o se apea pronto?
_Voy al final del trayecto.
A partir de ahí se
fueron enzarzando en una interesante conversación, pero a ambos, más que el
tema les interesaba la forma de gesticular.
Pensaba ella: Parece
que habla con las manos. No gesticula en exceso, pero apoya constantemente su
discurso con el movimiento de las manos. Tal vez sea actor. La verdad es que
hasta siento vergüenza pensar algo que me está rondando la mente.
A su vez a él le
fascina la forma de moverlas ella. Pensaba: parecen mariposas revoloteando,
parecen florecillas movidas por la brisa. Es una delicia contemplarlas. ¡Quién
fuera poeta o pintor para inmortalizarlas! Son maravillosas, exquisitas, acariciadoras.
¡Qué dicha sería poder acariciarlas o sentirse acariciado por ellas! ¡Qué
osadía!, piensa al fin.
El viaje ha llegado a
su fin. Al despedirse en la estación un apretón de manos, que es saludo y
despedida. Ambos sienten una calidez nunca experimentada y aquellas manos emitirán
un mágico mensaje: Nos hemos de volver a encontrar.