Abro este blog con la intención de mantener un ameno diálogo con todo aquel que se acerque a él. Creo que lo más bonito de las relaciones humanas es esa comunicación que consiste en un intercambio de emociones, conocimientos, ideas….Esa comunicación que enriquece el espíritu.

"La relevancia de la comunicación humana, pues del contacto verbal surge un intercambio que aminora el dolor, palía la soledad y estimula el contento de vivir” Carmen Martí Gaite

lunes, 16 de septiembre de 2024

 

  

Recordando un hermoso pasado (memorias)

Habida cuenta de que hay unas personitas que necesitan conocer mi vida, bien aconsejado, he decidido escribir mis memorias.

Benedetto sia ’l giorno, e ’l mese, e l’anno,

  Es lógico que empiece estas memorias con estos versos de Petrarca pues supuso el poeta, siempre, un lazo de unión con mi querida Irene. Esta mujer que ha reentrado en mi vida ahora que soy un viudo de 60 cumplidos

  Los versos del soneto de Petrarca me llevan directamente a tres momentos cruciales en mi vida y mi relación con Irene

Primer momento

No sé por qué recuerdo el primero como si lo estuviera viviendo ahora. Parece algo mágico.

En fin, a lo que iba. Un año, aquel en que empecé la carrera de Filosofía y Letras. Un mes, octubre, principio de curso. Un día, trece, en que vi por primera vez a Irene.

 Llegué a la Universidad con dos compañeros del colegio mayor con los que pasados los años mantendría una sincera y estrecha amistad. Al acercarnos al panel de información para enterarnos de los horarios y la clase a que debíamos acudir, encontramos un grupo de cuatro o cinco chicas. Estaban contentas, hablaban divertidas y casi al mismo tiempo todas. Jaime que parecía, de hecho, lo fue siempre, el más lanzado de los tres, se acercó y les preguntó si eran de primero. Una de ellas que también parecía la que llevaba la voz cantante contestó que sí, y preguntó a su vez. Jaime se enzarzó rápidamente en conversación con ella que explicó como se llamaba cada una y dio alguna explicación “poco adecuada”. Ésta, dijo señalando a la que tenían casi rodeada como si quisieran protegerla o esconderla, ¡a saber!, es Irene, la empollona del grupo. Ya lo veréis. Para ella solo existe el estudio. La aludida protestó ¡vaya, ya me has cargado el sambenito! Quedé prendado de aquella criatura. ¡Qué voz tan dulce, a pesar de que respondió molesta! Al girase para seguir camino vi sus ojos y pensé que jamás había visto ni vería unos ojos, una mirada así.

. La voz de Irene fue prácticamente lo único que pude disfrutar de ella durante los cinco cursos de la carrera. Yo no sabía qué hacer para conseguir un cierto acercamiento, hablar, aunque fuera unos segundos. Me di cuenta de que era tímida, prudente, callada y muy inteligente. No empollona. Lo que no comprendía era ese encierro a que la tenían prácticamente sometida las amigas. Llegamos a sospechar que tendría algún novio estudiando fuera, tal vez pariente de aquellas amigas tan protectoras. Todo aquello y, también mi timidez, todo hay que decirlo, contribuyó a ciertos malentendidos y a no encontrar las situaciones propicias para llegar a ella.

  No obstante, a veces conseguía que trabáramos una breve conversación. Siempre aprovechaba para preguntarle por el trabajo que llevábamos entre manos, para pedirle alguna ampliación sobre lo que había expuesto en clase. Fue precisamente su trabajo sobre Petrarca lo primero que me ayudó. Tal vez por eso el poeta fue siempre un nexo de unión entre nosotros.

Me quedé entusiasmado cuando ella presentó su trabajo. Hizo un comentario tan completo, tan ameno e interesante. Y. sobre todo, lo expuso de una forma que nos dejó a todos atónitos. Qué voz, qué entonación, qué lectura de poemas…Tantos años y no lo he olvidado. Está claro que algo había en Irene Solá que me fascinaba.

No me miraba y yo me moría por ver sus ojos de cerca, por ver su mirada confundida con la mía. Ya por fin lo he conseguido. Ahora que, con más de sesenta años, nos hemos reencontrado y hemos perdido ambos aquella tonta timidez.

Sólo, pues, podía disfrutar de su voz y sus manos. Irene mueve las manos cuando habla como si fueran las alas de una mariposa. Yo las miraba y soñaba con poder rozar un poco una de aquellas, de estas, maravillosas manos.

  Precisamente un gesto y otra vez las manos por medio, fue lo que llevé grabado en el alma mucho tiempo, tal vez toda la vida, aunque sin saberlo. Fue nuestra despedida en la facultad. Ella, para mi sorpresa, también recuerda aquel momento. Yo tendí mi mano para despedirme, pero no pude evitar coger la suya con las dos mías. No la retiró. Es más, por primera vez me dirigió una mirada rápida, casi furtiva que no he olvidado. Ella recuerda, dice, que mis manos ardían.

Segundo momento

Fue cuando mi hija insistió en que visitara a sus tíos, mis cuñados (mi cuñada, hermana de mi difunta esposa, es psicóloga), a ver si me hacían

el primer encuentro y disfruto de sus dulces, bonitas y acariciadoras manos de hada. reaccionar y conseguía volver a vivir tras la muerte de Margaret.

Ya cerca de la hora de la cena, estábamos en el salón charlando mis cuñaos y yo, cuando a las diez en punto sonó el timbre de la puerta. Jeannette que estaba enzarzada contándome no recuerdo qué dijo: es Irene, ella tan puntual siempre, ¿le abres tú, Paul? Oír el nombre y lo de la puntualidad fue como si algo dentro de mí se hubiera movido. Abre Paul y una voz desde el pasillo dice: dejo el postre en la cocina y me quito el abrigo. ¡La voz de Irene! ¡No es posible! Fue oírla y dar un salto en la silla. ¡Poco se ha reído Jeannette con esta reacción mía!

El caso es que cuando Irene apareció en el salón yo salía hacia ella con los brazos abiertos, como un zombi, la vi y no pude contenerme la abracé al mismo tiempo que exclamaba ¿Irene Solá? ¡Irene! ¿Es posible? te casaste. ¿tienes hijos, nietos? En mi vida me había visto en una situación así. Lo más bonito es que ella reaccionó igual. Me reconoció al instante y con toda naturalidad me abrazó y contestó: no me casé. No seré antepasada de nadie. Hice oposiciones, saqué la cátedra y me fui a Soria.

 A partir de esa noche, pasaron muchas cosas, que iré contando, recuperamos la amistad del pasado, sufrimos por no atrevernos a rehacer nuestras vidas y ser felices, pasamos momentos mágicos y por fin…

Hace ya meses que convivimos. Ella y mis cuñados me han animado a escribir mis memorias y en ello estoy.

Sobre todo, hoy somos muy felices. Por fin me mira y puedo contemplar aquellos ojos y mirada que me fascinaron en

Hubo un tercer momento, Petrarca incluido, pero ese me lo reservo.

2 comentarios:

  1. Muy literaria la introducción con versos de Petrarca y más si ayuda a recordar a IRENE ( en griego virtud).
    Muy literaria la utilización del mítico número tres y su relación con el tiempo, el día, el mes, el año.
    Es tal la sensación de realismo en la narración, en los sentimientos que despierta que parece recordar situaciones vividas.
    A LA ESPERA DEL TERCER MOMENTO...

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  2. Muy bonita historia, narrada con delicadeza y sensibilidad.

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