: (Cuento de Navidad )
Este año no me van a sobrar golosinas
navideñas. Pensó la abuela mientras se hacía una detallada lista de todo lo que
debía comprar. Variedad pero cantidades razonables que luego me quedo yo, como el chinico de San Antón, comiendo dulces
hasta el día de los enamorados y mi cintura…
Hacer esta lista le recordó tiempos pasados,
muy lejanos ¡Qué tiempos!
Llegaron los días navideños. Empezaron a
acudir los hijos y nietos. La casa se llenó y a ella, que tan bien se había
organizado, no le salían del todo las cuentas (sobre todo las del tiempo).
Apenas llegaban ya querían ir dando cuenta de los dulces y ella: ¡tranquilos,
que aún no es Navidad! Hay que empezar el día de Noche Buena.
Cuando el día 23 decidió ir preparando las
bandejas con los dulces para cada día, observó sorprendida que en la bandeja de
las tortitas de recado que tenía ya preparada faltaba una. ¿Cómo podía ser si
la tenía algo escondida porque no debía salir hasta el desayuno del día de
Navidad?.
Como es natural preguntó a mayores y
pequeños. Todos dieron la negativa por respuesta. Resignada, repuso la tortita
volatilizada y volvió a colocar la bandeja, esta vez, un poquito más escondida
. No sé de qué me sirve
ser tan organizada, pensó, si ahora se evaporan las cosas.
Durante la comida todos reían hablando del
episodio y la nieta más pequeña, de solo cinco años pero más lista que “los
ratones coloraos” dijo: ¡Abuelita, a ver si te la has comido tú por la noche! ¡Sí. Claro! -dijo la abuela -me levanto
mientras todos dormís y me como las tortitas. ¿¡No te fastidia?!Todos rieron la
ocurrencia.
Cuando a otro día se encaramó al armario para
preparar las nuevas bandejas con vistas al postre de la comida ¡¿Qué es esto?!
¡Falta otra tortita! ¡Haced el favor de tener seriedad! Quien haya sido que lo
diga. No me importa pero no me liéis. Son para vosotros, pero en su momento
¡Caramba!
De nuevo negativa
general Volvió a recomponer la bandeja.
Aquella
noche, cuando reinaba el silencio en la casa, una de las nietas creyó oír un
ruidito. Mamá, hay alguien en la cocina. ¿Qué dices? No hay luz. Ven, vamos. Se
asomaron con sigilo y ¡Oh sorpresa! La abuela, completamente dormida, utilizando
como asiento la escalerilla de mano, devoraba con patente fruición una tortita. Con mucho cuidado para no
despertarla, no se debe despertar a los sonámbulos, la llevaron a la cama y
repusieron la tortita para que no siguiera preocupándose por el asunto.
A la
mañana siguiente, la hija pequeña, que había sido testigo de la dulce noche de
su madre, dijo con el fin de disimular y acabar con aquella pesadilla: mamá,
esta mañana nos desayunamos las tortitas que quedan. -¿No faltan más?-. No.
Están todas. Pero antes de que vuelva el devorador de tortitas nos las comemos.
Como es natural, todos supieron lo que había
ocurrido (menos la autora del robo) y rieron con ganas. La abuela era tan golosa que hasta dormida golosineaba.
Así es como se descubrió el misterio de las
tortitas desaparecidas. Y de esta manera tuvieron una anécdota de aquella
Navidad.
(Enero – diciembre de 2016)
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