Érase que se era y va de cuento.
Hace muchos años había un país multicolor, como el de la abeja Maya,
grande y hermoso, plurilingüe, donde nadie era igual a otro, pero todos eran
iguales y donde los niños eran especialmente felices la noche de Reyes. Antes
de irse a dormir dejaban una ventana, balcón o puerta de patio, un poquito
abierta para que los Reyes Magos, o alguno de sus pajes, pudiera entrar en casa
y dejar los paquetes con los regalos que previamente ellos habían pedido en sus
inocentes y larguísimas cartas.
Junto a la ventana había que
dejar los zapatos; eso sí, muy limpios. Algunos, quizá, estarían un poco
viejos, pero eso a los Reyes no les importaba, sobre todo porque con un poco de
suerte traerían unos nuevos. También había que dejar un vaso con agua, alguna
golosina, incluso alguna copita de licor, que normalmente no tocaban porque si
tuvieran que ir bebiendo licor en todas las casas, se pondrían piripis y los
niños los descubrirían a otro día durmiendo la mona en algún jardín.
Una vez
todo preparado, los niños debían acostarse muy temprano. Al día siguiente
madrugarían mucho más y con más alegría que para ir al colegio. Algunos
aseguraban haber oído el ruido que había hecho el Rey o el paje que había
llegado hasta su ventana o balcón por alta que estuviese.
Con el tiempo, los mayores pensaron que sería bonito crear una fiesta,
un desfile o cabalgata (así le llamaron) en la que simular que los Reyes y su
séquito entraban en los pueblos y hablaban con los niños. Según los lugares y
los medios con que contaban sus habitantes, llegaban en camello, a caballo, en
burros, en motos o bicicleta, en avión o barco. Cualquier vehículo siempre que
fuera bien enjaezado y adornado con fantasía para crear esa magia que la
ilusión de los niños necesitaba y convertía en realidad ¡Qué felices eran los
niños con aquella fiesta!
Se preparaban unas carrozas donde empezaron a participar personajes de
los cuentos infantiles y de los dibujos animados. Todo era belleza y fantasía y
hecho todo pensando en los niños, solo y exclusivamente en ellos.
Pueblos había en que los pajes, armados de escaleras muy largas o
extensibles, se encaramaban a los balcones para entregar los juguetes en mano a
los niños, mientras otros lo hacían entre los que esperaban a pie de calle.
Había un bonito lugar del Norte del país en que los reyes llegaban al
puerto entrando por la ría en un barco que parecía una fantasía de Disney; un
barco de vela, todo iluminado de manera que en la oscuridad de la noche solo se
veía la luminosa silueta de la nave. Una llegad que emocionaba a niños y a
mayores. Esto a pesar de que el 24 de diciembre se había adelantado el
Olentzero, su particular Papá Noel
¿No es mágico? |
Esto era así en todo el país, en las grandes ciudades, en los pequeños
pueblos y en cualquier rincón habitado donde hubiera niños, con las variantes
que suponían las características de cada uno y las ideas renovadas para el tema
de la cabalgata: cuentos infantiles, el mundo de los colores, los libros….
Pero llegó un momento en que, en una gran y hermosa ciudad, - a un grupo
de personas se le ocurrió que había que cambiarlo todo. En ese TODO incluyeron la
cabalgata de Reyes. La convirtieron en una especie de desfile carnavalesco, en
una payasada en el peor sentido de esta palabra, en algo que no gustó ni a niños
ni a padres que vieron frustrada la ilusión de sus hijos, que ¡pobrecitos!
bostezaban, se dormían o lloraban. Para llorar era aquello. Incluso se suprimieron los villancicos que, a
fin de cuentas, son parte del folklor de cada país. ¿Alguien había pensado en los niños? ¡NO!
Solo pensaron en su ansia de cambiar todo aun a riesgo de cargarse una
tradición tan arraigada en el país, una tradición que había tenido origen
religioso, pero de ello ya no se acordaba casi nadie. Era LA FIESTA DE LOS
NIÑOS Y eso tenía que haber sido sagrado para cualquier persona con un mínimo
de sensibilidad.
Entre los mayores hubo opiniones de
todos los gustos. La mayoría de los padres pensaban que las tradiciones son de todos,
por tanto no hay por que eliminarlas. A quien no le gusten que las ignore, pero
cambiar por cambiar, no, y menos jugar con la ilusión de los niños.
Otros pensaban que ya va siendo hora
de cambiar muchas cosas y que los niños se acostumbrarán. Algunos, más jóvenes que
no tenían tan lejos su infancia y ya la habían olvidado pensaban que había que
renovarlo todo y que la cabalgata había sido un acierto.
Así fue como, al menos ese año,
acabaron con una bonita tradición. Solo
cabía esperar que no cundiera el ejemplo y la cabalgata de reyes desapareciera
para siempre.
¡Esperemos que no ,queridos niños ¡
FIN
Feliz Navidad a todos los que la amen y felices vacaciones a todos los demás. Después de todo lo importante es ser felices.
Delicioso el cuento. ¡Cómo se nota que tienes nietos pequeños ¡ Por si alguno, más preguntón, dice que cómo es posible que estén los Reyes en todos los pueblos el mismo día, te recomiendo que les expliques lo que es el don de la ubicuidad. Dicen que lo tenía Sor Juana Inés de la Cruz. Pero, además, es que los Reyes son magos. Tanta magia tienen que se llevaron a mi marido, a no sé donde. Yo no lo he vuelto a ver, aunque espero que lo dejaran en algún universo paralelo. ¿Y si me está esperando allí? A veces lo pienso.
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