Hoy, desde mi atalaya, tras la primera que celebramos sin nuestros padres, recuerdo otras navidades, casi todas iguales, casi todas al final tristes. Esta ha sido muy distinta. Al volver a casa, dos días después, he recordado justo la primera tras mi regreso junto a mi familia.
Me
levanté temprano, comí poco pues sabía que cuando Marisa, que es la anfitriona
este año, prepara comidas tira la casa por la ventana. Hacia las siete, dejé la tarea y me arreglé.
¡Qué me puse? ¡Ah, sí! Un conjunto de
pantalón verde oscuro y jersey verde manzana con cuello semi alto, moño
italiano que siempre me ha gustado con unas guedejas a cada lado de la cara,
detalle que rejuvenece y favorece. ¿Joyas? Collar, pendientes, sortija y
pulsera de nácar. Abrigo, zapatos y bolso negros. Llamé a mi madre
- ¿Quieres que
vaya un poco antes para ayudarte en algo?
− No, hija. Esta
mañana fui a la peluquería y Adela, antes de irse me ha preparado la ropa y me
ha puesto las medias que es lo que más me cuesta. También me ha pintado un
poquito; algo muy discreto ya sabes que no me gusta parecer un cuadro, pero sí
ir arreglada.
−Eso está muy
bien. Lo último es perder la coquetería y el gusto por verse bien. Entonces ¿os
recojo a las ocho y media?
− Sí. Porque dice
Marisa que quiere que a las nueve estemos cenando para que no se haga muy tarde
y hagamos bien la digestión. Es que esta hija está en todo. − Claro, es normal.
Pues enseguida voy para allá.
Cuando llegué mis
padres estaban ya junto a la puerta esperando, como dos niños impacientes.
Realmente ya salían poco y, sobre todo, las reuniones familiares eran cada vez
más escasas.
− ¡Caramba, que
guapos os habéis puesto! Parecéis una pareja de novios. Pues vamos que
tengo el coche aparcado en la misma puerta.
− ¿Sabes que
Miguel no viene?
−Claro, mamá. Y
tú sabes que él siempre viene a comer el día de Navidad, . Ellos cenan con los
padres de Beatriz y mañana pasan el día con nosotros. Es así desde que se casó.
− Ya se lo he
dicho yo, dijo mi padre, pero ella todos los años con la misma cantinela.
Al llegar a casa de Marisa, ya estaban allí
Alejandro y su mujer. Él fue quien salió a abrir y recibirnos. Ayudó a los
padres a entrar en casa mientras yo cogía los paquetes de los regalos y metía
el coche en la cochera de Marisa y Adrián, pues en una noche como ésta, mejor
dejarlo a buen recaudo. Al entrar, fui derecha a colocar los regalos al pie del
árbol, donde ya estaban todos los demás ocupando un buen espacio. Todo estaba
perfectamente preparado, la mesa puesta, la calefacción a la temperatura justa,
y las dos mujeres muy bien arregladas.
Marisa llevaba un vestido largo, rojo. Un fino
hilo de perlas al cuello, pendientes y sortija con un pequeño brillante. Se
había peinado con un moño español, pero cuidando de no estirar demasiado el
pelo, de forma que quedaba algo flojo, mucho más favorecedor e informal. Marta,
pantalón negro y blusa de seda blanca. Los complementos de
coral. Su eterna media melena ondulada en un bonito recogido. De la
indumentaria de los hombres no merece la pena hablar, siempre igual como catedráticos de Universidad y notarios de día y de noche, en invierno y en verano.
− ¿Y los chicos?
- preguntó Doña Elena.
−Mamá los chicos
tienen ya su familia. A Carlos hoy le toca con la familia de Fuensanta. Marta
Luisa sí viene, pero con los peques tiene mucho lío y puede que se retrase.
¡Mira, ahí están! Dijo al oír el timbre y las voces de los niños. Y hablando de todo un poco ¡venís los tres
guapísimos!
− ¿Habéis visto?
Ya les he dicho que parecen unos novios.
− Pues tú no te
quedas atrás, hermanita, dijo Alejandro. Cada día estás más joven y más guapa.
-Sí, yo hago la
vida al revés. No te fastidia el guasón.
−Que es cierto,
estás muy bien, dijeron todos a coro.
-Bueno, me estáis
poniendo colorada. ¿Puedo ayudar en algo o ya no soy necesaria?
−Sí, vente a la
cocina y nos ayudas a servir. Vosotros id sentándoos y servid el vino.
-¡Tita, qué
alegría! Qué guapa vienes. ¿Y los abuelos?
− En el comedor
-dijo su madre- anda diles algo y cuida de los niños a ver qué se le ocurre a
la abuela. ¿Los vas a acostar?
− Chicas, veo que
no evolucionáis. Ya sé, van a servir el vino, pero … ¿Han evolucionado los
jóvenes o los habéis entregado como una calcomanía de sus padres?
-¡Qué va!
Contestaron las dos cuñadas al unísono. ¡Tendrías que verlos!
−Tienes razón,
dijo Marta. Yo lo he intentado, pero con tu hermano no hago carrera.
¡Hombre, hace
alguna cosita ahora que estamos solos, pero…
− Sí, dijo
Marisa. En mi caso lo peor ha estado en mí; mi educación me lleva a querer
mantener las cosas como siempre, soy demasiado conservadora, lo reconozco y
aunque lo intento apenas me descuido estoy actuando como toda la vida, como mi
madre, como mi abuela.
− Es cierto, dijo
su hija, que acababa de entrar en la cocina. Ya verás como si oye respirar a un
niño correrá antes que su padre o yo.
-Me imagino que
es normal con las mujeres de esta generación; quizá si yo tuviera una familia
actuaría de forma parecida. A fin de cuentas, nos educaron así y hemos de hacer
un esfuerzo considerable para cambiar. Pero las generaciones más jóvenes,
tenéis que dar un vuelco a todo esto.
-Y lo estamos
haciendo, tita.
− A todo esto,
dijo Marisa, se nos está olvidando a qué habíamos venido a la cocina.
Rápidamente nos pusimos en marcha: tú llevas
esto, tú aquello, yo lo de más allá.
En la mesa los
hombres y la abuela estaban perfectamente situados, con las copas de vino
servidas, y sonaba una agradable música de fondo. Música clásica, como es
natural, y muy apropiada: “El Mesías” algo de lo que los jóvenes hicieron entre
ellos comentarios jocosos. Y no solo ellos; también Marisa hizo notar a quien
se le hubiera ocurrido la idea que quizá era demasiado.
-No iba a poner
“El tamborilero”-contestó Adrián.
- Alejandro, dijo
Doña Elena, ¿tus hijos tampoco vienen? ¡Qué desapego a la familia!
-No, mamá. No es
eso es que sus parejas también tienen familia y tienen que alternar. Mañana en
la comida los verás a todos. Nosotros nunca celebrábamos la Navidad con los
abuelos.
-Bueno, dijo D.
Alejandro. Los tiempos cambian y hay que asumirlo y adaptarse. La cena está
riquísima.
La cena, en atención a los padres, que ya van
siendo muy mayores, no fue como antaño. Ahora, ya en los últimos años, se hacía
más frugal.
Durante la cena (esto era obligado todos los
años dada mi condición de ausente, más hoy que saben que he cambiado forzada
por las circunstancias) se interesaron por mi nueva vida. Cómo me iba en el
nuevo Centro, si me encontraba a gusto, cómo iba la venta del piso de Gijón……
− Pueeeees, me
voy adaptando. El piso como ya habéis visto lo tengo bastante acondicionado a
mis necesidades y gusto. Lo de la venta va despacio pero no tengo, de momento,
ninguna prisa; y en el Instituto estoy fenomenal. La gente es estupenda; hay un
ambiente extraordinario tanto a nivel humano como de trabajo. Acogen a los nuevos
con los brazos abiertos y en mi Departamento, a pesar de ser la jefa, creo que voy a hacer buenas
amigas. El día 22 hubo un sinfín de actos con masiva participación de alumnos y
profesores y luego, nosotros nos reunimos en una comida, en el mismo Centro,
que duró hasta el anochecer. Fue un día excepcional.
− ¿Es que solo
hay mujeres? Preguntó mi madre
−No. Hay de todo.
Hombres, mujeres, jóvenes, menos jóvenes, casados y casadas, solteros y
solteras. De todo. Me abstuve de nombrar los divorciados y divorciadas por
respeto a mi madre
− Como has dicho
que puedes hacer buenas amigas.
− Es lo normal.
Las mujeres se hacen amigas entre sí. Además, si hubiera dicho amigos ya habría
saltado tu resorte de la alarma.
−No, hija, si
ahora ya estoy más tranquila pues dices que hay solteros y solteras.
− ¡Ay, abuela!
Qué casamentera eres.
-¡Que va! Si a
esta ya no la quiere nadie ni envuelta en celofán
- ¡Qué mona
quedaría yo encelofanada! (y con un lacito rojo y una tarjetita en que se lea
¡peligro, muerde!)
- ¡Esta es mi
hermanita inventora de palabras!
- Bueno, pero ¿te
está gustando la cena? -terció Marta Luisa
−Claro que me
está gustando, es deliciosa como todo lo que hace tu madre que es una cocinera
extraordinaria; menos mal que no se parece a mí en eso. Bueno, Marta también
cocina como los ángeles.
−Y tu morriña del
mar, ¿se va calmando? Preguntó Adrián
− ¡Ay! Eso está
ahí. Me cuesta mucho no ver el mar cada mañana al abrir la ventana de mi
cuarto, ni cada noche al ir a acostarme. Y menos mal que tengo el piso en un
lugar privilegiado; he tenido mucha suerte. Pero, por favor dejad de hacerme
hablar que me estoy quedando la última y voy a tener que devorar la cena sin
poder saborearla con lo rica que está. Y, hablando de todo un poco, Marisa, me
tienes que dar la receta del flan de verduras, es una delicia para el paladar.
-Oye-dijo Marta,
-volviendo a lo del piso a mí me encantó, bueno, a nosotras. Tenéis que verlo,
chicos. Amplio, luminoso y con unas vistas espléndidas: el río, la Glorieta, la
fachada del Ayuntamiento y, al fondo, la torre de la Catedral.
-Sí. Y por las
noches, cuando iluminan esos edificios, es una delicia mirar por la ventana.
Aun así, echo de menos el mar. En cuanto a lo de verlo los chicos, podríais ir una tarde
antes de que acaben las vacaciones, lo veis, tomamos un café y me ayudáis a
terminar con los dulces de Navidad.
No quisieron hurgar más en la herida, por lo
que cambiaron de tema.
Así siguieron
durante el resto de la cena, entre risas y bromas. No podía acabar ésta sin que
mi padre se interesara por asuntos de indudable y auténtico interés. Es decir,
la situación económica de las familias, incluidos sus nietos
−Todo va
fenomenal, querido suegro, contestó mi cuñado que casi no había abierto la boca
en toda la noche más que para comer. Los asuntos de trabajo, excelentes
− Ya
veo que puedo estar tranquilo.
−Eso, ya podemos
morirnos tranquilos - apostilló mi madre.
− ¡Mamáááá!
Terminada la cena casi todos arrimaron el
hombro a la hora de quitar la mesa. Estaban impacientes por ver los regalos.
Sentados aún en torno a la mesa fuimos
abriendo los regalos que los chicos habían colocado en el centro. Cada
paquetito llevaba una etiqueta con el nombre del destinatario y una dedicatoria
que daba a conocer al que regalaba. “Para mamá Elena de Irene”, Para la abuela
un bonito pañuelo de seda, unos guantes y unos pañuelitos de batista con sus
iniciales bordadas. Para el abuelo, una bufanda Burr Berry, unos guantes y una
colonia. El resto de los regalos fue como casi todos los años un intercambio de
libros, música, películas, cómics…A mis padres ya se les cerraban los ojos.
-Nos tenemos que
ir. Se me van a dormir por el camino.
- ¡Qué pena,
tita, no poder quedarnos a dormir juntas como antaño!
-Ahora tienes
otra compañía, tal vez mejor.
Todos rieron. Me
ayudaron a introducir a los abuelos en el coche y nos despedimos hasta el día
siguiente.
Cuando llegamos a casa ya estaba esperándonos
Adela que me ayudó a acostar a mi madre. El bisabuelo, como ya le encanta
llamarse, aún se defiende muy bien solo. Les di las buenas noches y me marché a
mi casa. Sola, otra vez sola, como siempre. Como hoy.
Al menos este año,
dentro de lo malo, no he tenido que soportar los puyazos de mi madre.
Feliz Navidad.
Deberías convertirlo en un entremés. Consúltalo con tu nuera actriz porque tiene la gracia de los artículos de costumbres con el título de "Cena familiar de Navidad". ¿Podrías intentarlo con las comidas de empresas? ¿ o las de instituto?
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