Detrás
de la barra de una cafetería se ve y oye tanto que una puede acabar siendo
novelista. Llevo años regentando una cafetería-panadería-confitería en
colaboración con mi familia
No sé cómo quedé en esto pues ya en el
colegio me encantaba escribir y decía que quería ser escritora. Sin embargo,
aquí estoy sirviendo cafés o lo que pidan los clientes.
No obstante, ellos, los clientes, son la sal
de mis días. Casi todos dan lugar a cuentos o narraciones más o menos largas
según las características del individuo.
Pero un día entró una mujer, una de esas
mujeres que cuando una las ve piensa: quiero ser como ella. Aquella noche,
apenas llegué a mi casa abrí el ordenador y escribí su descripción. “¿Cincuenta y tantos? Espléndida. Uno sesenta y cinco, tal vez, de estatura; más bien delgada
pero no demasiado, lo justo para resultar elegante. Unos preciosos ojos
castaños con un toque como de color miel, de mirada expresiva, pero algo
triste. Una bonita boca que sonríe con dulzura y unas manos, qué manos, las más
bonitas que he visto en mi vida”.
Me pidió un café con leche y tostadas. Me
preguntó si podía tomarlo en una mesa y le dije que se sentara donde quisiera
que yo se lo llevaba. Me dio las gracias y se sentó justo frente a la barra.
Sacó de su bolso un libro y un lápiz y estuvo leyendo y tomando notas mientras se
tomaba el desayuno. Terminó, miró el reloj y se dispuso a marcharse. Al
acercarse a la barra a pagar me preguntó si ese pan tan rico de las tostadas lo
vendíamos y se llevó uno grande que le expliqué era conveniente llevarlo
cortado pues así lo podía guardar en el congelador y le aguantaba mucho tiempo.
Me agradeció la información y se marchó. No he dicho que tenía una voz casi
melodiosa.
Pensé que tenía que inventarle una historia.
Empecé por buscar un nombre que le cuadrara y se me ocurrió IRENE porque recordé del bachiller que ese
nombre
significa
la que trae la paz y esta mujer solo puede aportar paz. Observé que no llevaba
alianza por tanto tenía que imaginarla sola. ¿Viuda, soltera, divorciada? Ya lo
pensaría. No se me iba de la cabeza y todo era dar vueltas a la posible
historia. Pero nada de lo que imaginaba me convencía. ¡Era tan especial!
La diosa Fortuna se compadeció de mí. Una
mañana de los días de Navidad reapareció. Pidió lo mismo que la otra vez, pero
se lo tomó en la barra. También se llevó pan. Lo curioso fue que me preguntó si
sabía algo de unas casitas que hay en el paseo marítimo, que parecen gemelas,
pero en una no se ve a nadie; si se vende o se alquila. No tiene ningún cartel,
me dijo. No tengo ni idea, le contesté,
pero si quiere me puedo enterar. Y me atreví a preguntarle si le gustaba el
pueblo para vivir en él.
- Sí, me gusta y necesito el mar.
Mi madre me dijo que en la que estaba habitada
vivía un matrimonio francés, pero poco más.
Eso me dio pie para seguir inventando. Pero
¿Qué? Pasaba los días esperando que volviera a aparecer a ver si me daba alguna
pista y pensando en su historia en la que, a la fuerza, yo tenía que meter el
amor, porque de una forma o de otra tenía que haber amor.
No volvió a aparecer hasta el mes de mayo.
Buenos días, dulce sonrisa, lo de siempre y
-me
alquilé la casita que te dije. Ahora necesitaría alguna señora joven, formal,
para ayudarme en la limpieza antes del traslado y quién sabe si con el tiempo
algo más, siempre que nos entendamos y a ella le interese. Seguro que tú o tu
madre conocéis a alguien. Me dio su nombre, Irene, y su móvil. ¿Irene? Justo el
nombre que yo le había inventado. ¿casualidad, intuición?
A mediados de junio, reapareció.
-Todo
perfecto. La chica es, me dijo, ideal para lo que yo necesito. En julio me
jubilo y me traslado definitivamente. Te voy a visitar bastante.
No sabes lo que esto me facilita las cosas,
pensé. Yo ahora ya no tendría que esperar tanto para verla, pero se me iban las
noches inventando una historia que, con frecuencia al día siguiente desechaba.
Pasó el verano. Alguna vez aparecía con
alguien que me presentaba como hermanos o sobrinos. Los tenía de diferentes
edades y todos guapísimos, casi más que ella, sobre todo una hermana, pero con
el sello de la distinción y la elegancia. Entonces ¿Por qué está sola? Aquí hay
algo raro y es seguro una historia de amor. ¿Por otra mujer? ¡No! Algo me dice
que no. Pero ¿qué pasó, dónde está el afortunado que no la supo tomar, o el
idiota que la dejó escapar?. ¡Dios, qué martirio! La historia familiar la tenía
más o menos encauzada, aunque seguro que no se parecía a la verdadera, pero la
de su amor secreto o perdido ¿Cómo inventarla si no tenía el menor indicio de
lo que pudo pasar? ¿un amor de juventud que no cuajó? ¿Un gran amor que la
muerte le arrebató? ¿Un fracaso que la dejó vacunada para el resto de sus días?
Cualquiera de las tres historias es válida, pero ¿por cuál inclinarme?
Pasó el verano, llegó el otoño, llegó Navidad.
Me felicitó y dijo que la pasaría con sus hermanos, pero se volvía a su casa el
27 o 28. Después, ni rastro hasta pasadas las fiestas. Me pareció encontrarla
algo pálida. Podrían ser apreciaciones mías que me empeñaba en ver cosas raras.
¿Qué hizo noche vieja? ¿La pasó sola? No puedo preguntarle, sería una
imprudencia y ella es tan discreta…
A finales de enero apareció un día a
desayunar acompañada de un hombre guapísimo, vamos eso que los cultos llamarían
el canon de belleza masculina. Aparte Gregori Peck no había visto en mi vida un
hombre así. Alto, relativamente delgado, con unos ojos azules que me dejaron
atónita pero más la debían dejar a ella si se estaba dando cuenta de cómo la
miraba. También, como ella, tenía manos bonitas y mirada dulce y triste. Hablaban
con bastante naturalidad, como si se conocieran de toda la vida, pero esta vez
no me lo presentó. Hacían una pareja perfecta. Pero seguía el misterio, aunque
yo ya empezaba a sospechar algo que daría pie a mi bonita historia. Al menos yo
quería que fuera bonita, que emocionara a quien la leyera, si es que alguna vez
alguien la leía.
Con cierta frecuencia el hombre volvía a
aparecer. Se les veía pasear por la playa, comer en algún restaurante y supe
por la chica que le busqué, que ha resultado serle muy fiel, que él vive cuando
viene en la casa de al lado que son parientes y que trabajan juntos en cosas de
libros.
Un
día me atreví.
-Perdona,
ya sé que es una imprudencia, pero si no te lo pregunto reviento.
-Dispara-me
dijo con una sonrisa-
- ¿De
dónde has sacado a ese señor tan guapísimo que te acompaña a veces?
-Del
baúl de los recuerdos. Es un viejo compañero de la facultad. Por una de esas
casualidades de la vida nos hemos vuelto a encontrar tras cuarenta años, y
hemos decidido reanudar la amistad. Ahora trabajamos en unos libros que vamos a
publicar. ¡Ah! Es viudo.
-Pues
yo no lo dejaría escapar.
Sonrió y se fue. Nunca volví a hablar con
ella del tema. Casi los espiaba. Temporadas juntos, otras veces desaparecían
curiosamente los dos y por fin empezamos a verlos pasear cogidos de la mano.
Supe que vivían juntos.
Entonces
ya empecé a dar cuerpo a la que sería mi novela, mi historia de amor con
mayúsculas. Escribía casi con ansias todas las noches y cuando libraba me
pasaba el día encerrada con mi ordenador. Mi madre empezó a preocuparse. Al
final, un día decidí escribir la palabra FIN.
Pero no pude sustraerme a volver día tras día
a cambiar una frase, a dar fuerza a un diálogo, a quitar o poner. Así he pasado
cinco años. Me he dado cuenta de que me ha creado adicción. He de hacer un
esfuerzo para no volver a vivir con mis personajes. Les tomé cariño. Lloré,
reí, sentí, vibré con ellos.
¿Me libraré alguna vez de esta adicción? ¿Podré
dejar de volver a ella? Tal vez la solución sea empezar otra, pero es necesario
que aparezca alguien especial por mi cafetería.
¿Puede ocurrir esto?
Pues claro que puede volver a ocurrir. Y cuando dudes pregúntale a tu amiga Constanza que además de viajera es muy inteligente y creativa. Es capaz de inventar las situaciones más originales. Es una verdadera escritora. Se le nota que disfruta escribiendo.
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