HIT. UN MUNDO DESCONOCIDO -
Acaba de terminar
HIT, serie sobre la educación, la vida en las aulas etc., que ha ofrecido Televisión
Española. Viéndola, he recordado mis tiempos de profesora y he recuperado un
texto que escribí, allá por finales del siglo pasado.
No era la vida
de mi Centro, ni lo fue en ningunos de los otros en que impartí mis clases, ni
sombra de lo que hemos visto en esta serie. Deseo de todo corazón que las cosas
no sean exactamente así en ningún centro actual, sea del nivel que sea y que,
como suele ocurrir con la ficción, se hayan reunido en uno varios casos
esporádicos. No obstante, muestra un mundo que no se ve o no se quiere ver.
Mi texto,
escrito con motivo de un final de curso, decía más o menos lo siguiente:
Difícil sería
querer agradar por igual a todos los mortales sin caer en el más triste de los ridículos
o ser un vulgar halagador. Cuando llegan
estas fechas (fin de curso) y hay que dar la despedida a los que se van es
fácil caer en los típicos tópicos de todos los años y, a veces ni eso.
Acuden
entonces a la mente (no, no va de letra de tango) muchos de los momentos y experiencias
vividos, de las voces escuchadas, y … ¡habría tanto de qué hablar! Pero ya no
queda tiempo; ya solo queda salir cada cual, por su lado sin un adiós, sin un
recuento de lo bueno y lo malo, como si fuéramos extraños que por casualidad se
cruzaron por estos pasillos, incluso más aún, a veces, como enemigos que se
felicitan por la separación. (Algo parecido hemos visto en el último capítulo
de la serie)
Evidentemente
como no hay dos seres iguales no podemos esperar que los recuerdos que unos se
llevan y otros se quedan sean absolutamente iguales. Quizá cuando cada uno nace
asisten a tan feliz acontecimiento las hadas buenas que le otorgan toda clase
de dones, pero parece que siempre, como en el cuento de la bella durmiente, a
nuestros padres se les olvidó invitar a una y esa pondrá en nuestras vidas la
nota discordante, ese detalle que hará que no le gustemos a…; siempre quedará
alguien a quien no hemos podido agradar. A veces parece que el olvido dejó sin
banquete a más de una pues hay personas poco gratas a sus semejantes.
He aquí que
los alumnos, con sus dones positivos y negativos, acaban el curso llevándose
cada cual un recuerdo distinto no solo del conjunto de los profesores con los
que ha tenido la dicha o la desgracia de coincidir, sino que, de un mismo
profesor cada cual tendrá su opinión según sean o no coincidentes los dones recibidos
de las hadas. Quien a unos parece inteligente, docto, interesante, etc., a
otros parecerá sabiondo, petulante, insoportable…
Otro tanto
ocurrirá, desde luego en el sentido contrario, es decir: el profesor ¿Podrá
recordar con igual cariño (sí, cariño) a ese alumno que, aun conociéndolo solo
de cruzarse por los pasillos, lo saluda siempre con una afable sonrisa o le
cede educadamente el paso que a aquel otro que durante todo un curso lo estuvo
mirando desde su mesa (cuando se dignaba hacerlo) con cara de asco y que no le
ha dirigido en varios años ni un esbozo de saludo?
Quizá pensará
el alumno que estas cosas pasan porque el profesor no tiene en cuenta que él
viene a clase con una carga de problemas propios de su edad, de su situación
familiar etc. Podría ser cierto, Solo podría. Ahora bien ¿Qué alumno se plantea
esto mismo respecto al profesor? (Situaciones que nos ha ofrecido la Serie.)
Al llegar
aquí, interrumpo mi texto para traer a colación algunas experiencias vividas.
Recuerdo como una vez en un examen me sorprendió ver a una alumna llorando.
Pensé que tenía problema con el examen y al preguntarle me contó que su novio
había tenido el día antes un accidente con la moto, estaba en el hospital y
ella no sabía cómo se encontraba, y que no conseguía concentrarse, además de
que como es natural no había podido estudiar.
Tuvimos un
alumno que ocasionó ciertos problemas. Se le desplazó a otro centro, sin
informes negativos, menos mal. Con el tiempo nos encontramos, me reconoció y
estuvo educado y cariñoso. Me contó que, además, de problemas familiares sufría
unas tremendas jaquecas que lo persiguieron hasta, al menos el momento en que conversábamos.
Esos problemas fueron los causantes de su actitud en aquellos tiempos de
adolescente estudiante de bachiller y que los profesores no conocíamos.
Otra vez, hubo
que interrumpir una obra teatral porque la protagonista que era una gran actriz
en ciernes, de momento rompió a llorar y pidió que cerráramos el telón. Resultó
que estaba viviendo un problema sentimental semejante al del monólogo que
representaba. Se lo recordó un “buen amigo “desde el fondo del salón de actos.
Y ¿Qué decir de
los profesores? Había quien se tenía que desplazar a bastantes kilómetros de su
casa dejando niños pequeños incluso enfermos, en manos ajenas. O quien acababa
de perder a su padre o a su marido o esposa. O estaba en proceso de divorcio.
O, simplemente tenía un problema conyugal que le absorbía. O ¿Quién sabe si una
jaqueca, un dolor de muelas o a punto de dar a luz con el miedo a romper aguas
en una clase…? Y allí estábamos todos, en nuestro sitio, intentando centrarnos
en lo que debíamos. Unos y otros.
Es lo que nos
está mostrando esta serie de la que he hablado al principio.
Volviendo a mi
texto de antaño. Dejando a un lado estos aspectos humanos que podrían parecer sensibleros.
Si el alumno asiste a clase haciendo uso de su derecho a ser informado, a que el
profesor le enseñe todo lo que pueda (debería pedir siempre más y más) ¿No
debería ser su actitud diferente a la que a veces tiene? Y si el profesor acude
a su clase a cumplir con su obligación de enseñar ¿no tiene derecho a cierto respeto,
a que se le permita hacerlo lo mejor que pueda?
Es lógico,
hasta cierto punto, que el adolescente no dé importancia a una hora perdida en
su vida, pero al profesor, si es responsable, si está poniendo el alma (mejor o
peor esto es culpa de las hadas) en su trabajo y si además ya ve estrecharse la
franja que lo separa del final ¿no le dolerá bastante haber tirado por la borda
una hora de su vida?
No obstante, y
a pesar de todos los pesares, en uno y otro lado puede ser que aún haya quien
siga creyendo en el ser humano y en sus relaciones de mutuo respeto y afecto y
quien como la loca del poema de Rosalía siga “soñando con la eterna primavera
de los campos…”
Esto es lo que
pensé entonces. Hoy, como he dicho, la serie televisiva acerca al espectador a
estos problemas que desde fuera nadie ve. No obstante, hay que hacer notar que
los problemas que nos ofrece tanto en un lado como en otro, son
descorazonadores. ¿Es esta la vida que viven hoy alumnos adolescentes y sus
profesores? Quiero pensar que los problemas que arrastran hasta la clase sean
menos novelescos, más reales, menos dramáticos, e incomprensibles…
Cuando acaba la
serie hay un coloquio interesante en el que se deduce que hay en ella más
realidad de la que sería deseable.
¿Cómo es posible que vivamos unos y otros tan ajenos
al sufrimiento de los demás? ¿Ha sido siempre así, aunque las situaciones fueran
otras? O ¿Cuándo ha empezado? ¿Ha sido el cambio en la vida familiar, el tipo
de familia, el cambio de la sociedad en general?
Lo cierto, y es un problema muy serio, es que si no
prestamos atención a nuestros adolescentes estamos creando un mundo desastroso.
El último capítulo deja clara esa idea. Un grupo de
alumnos rebeldes acaba comprendiendo que son el futuro y que han de labrárselo
ellos y labrarlo para los demás.
El último
coloquio no giró en torno a este capítulo sino, por la novedad, en torno a la
Ley Celaá. Solo me interesó la primera parte que versó sobre la polémica que se
ha desatado en torno al problema de la lengua o las lenguas. Como es natural
hubo opiniones para todos los gustos. Desde quien casi con odio hacia las otras
lenguas, defendió el uso exclusivo del castellano, hasta quien se limitó a leer
los tres puntos que un artículo de la Constitución dedica a este asunto. ¡Con
hacerlos efectivos, todo resuelto!. Pero no, el problema, como bien hicieron
notar algunos, se ha politizado y así no se resuelve.
Alguien apuntó que, en realidad lo justo y razonable sería,
y estoy de acuerdo, que en todo el país se estudiaran todas las lenguas ya que
suponen una extraordinaria riqueza lingüística y cultural.
Algo que se citó
muy de pasada y que yo siempre me he planteado es cómo preocupa tanto que un
alumno estudie además de en castellano en catalán o euskera o gallego (es
curioso que nadie citara el gallego)y nadie se sorprende del disparate que
supone lo que propuso y se llevó a cabo con entusiasmo por muchos profesores y
padres: que los niños estudien ,no inglés, sino en inglés( Ley Wert)O sea que
es cruel que un niño catalán estudie en dos lenguas que son suyas, porque como
algún presente apuntó puede tener una madre catalana que le habla en catalán y
una padre de Jaén que le habla castellano, pero no que tenga que estudiar en inglés
Naturaleza o matemáticas cuando aún apenas si domina su propia lengua.
Había una
señora vasca que presumía de hablar cinco idiomas, pero no habla euskera o
vascuence como ella le llamó todo el tiempo. Hubo alguien que se lo reprochó.
Lo cierto es que desde la noche de los tiempos se
viene utilizando la lengua, el idioma como arma de dominio, de destrucción masiva,
a veces; y al parecer, por desgracia, así seguimos.
Tal vez deberíamos tener como libro de cabecera “ La
dignidad e igualdad de las lenguas” de
Juan Carlos Moreno Cabrera.
Comparto tus opiniones sobre las vivencias que hemos tenido en el ejercicio de nuestra profesión de enseñantes. Creo que nuestra generación trató a los alumnos con cariño y con educación. Y eso nos devolvieron ellos, los buenos, buenísimos y los menos. Procurábamos ayudarles en todo lo que nos pedían: que les atrasásemos un examen por problemas familiares, por estados de nervios, por lo que fuera. Lo que más eché de menos cuando me jubilé es que no me llamaban por la calle a gritos. Ahora que vivo al lado de un instituto los veo pasar con nostalgia. Aprendíamos también de ellos porque el contacto con la juventud te enriquece.
ResponderEliminarLa serie de televisión no la he visto y no puedo opinar pero tú y yo, que tenemos hijos enseñantes, sabemos que los tiempos cambian y las asignaturas también. He comprobado con alegría que varios profesores de mi antiguo instituto fueron alumnos míos y hasta creo que discípulos.
No sé si a ti pero a mí me queda una queja, no interesarme por las circunstancias vitales de cada uno, era demasiado trabajo en una época en que además de atender al hogar teníamos que ocuparnos de nuestros hijos pequeños. Maravillosa ocupación la de enseñar al que no sabe.