“En la puerta había una gorra negra” Era el símbolo que buscaban: una sombrerería donde
vendieran, además, gorros y gorritos. La abuela le había regalado a la niña
unas trencitas rubias que simulaban ser las de Pipi Calzas Largas y se las
pensaban coser a una gorrita para que pudiera llevarlas. Iban los cuatro que
formaban por entonces la familia: papá, mamá, la niña de casi cuatro años y el
peque que apenas tenía dos añitos.
De pronto vieron la carita del niño.
Miraba a su hermana como los niños miran
el caramelo en manos de otro niño. No obstante no decía nada. Demasiado
prudente para su edad. Por suerte los padres se dieron cuenta a tiempo. La
madre dijo: hemos cometido un grave error. El niño quiere también una gorrita.
Lo cogió de la mano y volvió sobre
sus pasos. Entraron en la tienda. Pidió “algo para este hombrecito” y el
vendedor le sacó una gorrita con visera tipo hockey azul marino. Cuando el niño
se vio en el espejo sus ojos se iluminaron, su cara de felicidad era un poema.
Un poema a la alegría, a la vida, a la inocencia infantil. Se miraba y se
gustaba; ya era como su hermana. Él también tenía una gorrita.
Y colorín colorado ,espero que os haya gustado. Hasta pronto.
Cuando se convive con niños una de las cosas que más te llaman la atención es la capacidad que tienen ellos para ser felices, alegres y contentos, con cualquier cosa.
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