Nochebuena.
Tras la cena, la pequeña Simplicia y sus padres se reúnen junto al fuego en espera de la hora de la misa del gallo. Una
mesita con un plato repleto de dulces navideños, cuya cantidad y número va
disminuyendo con más rapidez de la aconsejable, los acompaña.
. Al cabo de un ratito el padre: ¡las uvas de mi abuela!. Aquella de
casi cien años que vivía sentada en una mecedora, toda vestida de negro a la
que Simplicia visitaba todas las semanas con su padre.
La
madre saca unas cuantas en un platito y lo deja junto a los dulces. Comen los
padres de aquel delicioso manjar y come Simplicia sin que ellos se percaten.
Tal vez solo una, pero esas uvas
maceradas en un fuerte licor, aunque no se percibe al tomarlas, no son aptas
para niños.
Quizá
por efecto de la dichosa degustación, al cabo de un ratito los padres discuten
acaloradamente y Simplicia llora sin
saber por qué.
Así
las cosas, se oyen las campanadas del primer toque a misa. Se preparan y salen
bien abrigados apenas suena el segundo toque, Cabe suponer que a los padres el
aire de las 12 de la noche navideña les refresca la cabeza. En cuanto a la
niña, vivirá la misa más angelical de su vida. Lucecitas de colores, angelitos revoloteando
por la iglesia, cánticos absolutamente celestiales. y qué sé yo que más cosas.
Al final de la misa, el padre la acerca, en brazos, a besar el piececito del
Niño Dios, lo que hace casi dormida y así vuelve a casa. No conseguirán despertarla
hasta bien entrada la mañana. Luego cuenta que ha soñado que iba al Portal con
otros muchos niños, que el Niño Dios dejaba su cunita y jugaba con ellos y con
muchos angelitos que los acompañaban y todos juntos cantaban y reían. “Ha sido
un sueño precioso” dice la madre. Sonríe y la besa. ¡Feliz Navidad ,mi niña!.
¡Feliz Navidad, mami!.
Feliz Navidad |
Vaya con las uvitas. Un cuento corto y muy entrañable.
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