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Querida amiga:
Esta nueva carta la estoy escribiendo en el porche de mi casa. Estoy agotada, con los nervios a flor
de piel pero feliz.
De Gijón fuimos derechitos al camping Covadonga en
Cangas de Onís. Cogimos plaza y nos fuimos al pueblo a comer. Allí encontramos
un restaurante, “El abuelo” que se convirtió en campo base, de las dos a las
tres, de todos los días (veinte,) que estuvimos allí. Tanto es así que el
dueño, cuando veía aparecer el 124 blanco en la plaza, nos ponía la mesa.
Excepto mi hija pequeña que comió casi todos los días huevos al plato (la voy a
tener sin comer huevos dos meses por lo menos) los demás probamos todas las especialidades
de la casa. Acabamos casi haciendo amistad con los dueños; uno de los cuales,
que era el cocinero, salió de su cocina un día a saludarnos y charlar con
nosotros. El último día me regalaron un jarroncito de cerámica con el nombre de
la casa.
Desde allí hemos
visitado: Covadonga, la cueva “El Buxu” el mirador del Fito, los lagos Enol y
Encina, Arriondas y hemos vivido la fiesta de las piraguas, excursiones por el
pueblo y su entorno, hemos hecho la ruta del Cares, el mirador de Camarmeña,
nos hemos metido por mil rincones. Hemos visto paisajes de ensueño y Románico
hasta la saturación. He disfrutado como
un marranillo en un charco. Tras recoger a mi hija salimos disparados hacia el
sur. Hicimos noche en León y a otro día, de un tirón a Murcia.
Ahora te desgrano
un poquito todo lo que te he resumido
porque te gustará.
Para empezar hay
que destacar el hecho de que estuvo casi una semana lloviendo; hubo días que
solo salimos del camping para ir a comer. Cuando empezó a mejorar, dábamos
algún paseo por los alrededores y, por fin, pudimos ir a la cueva “El Buxu”, de
pinturas rupestres.
Otro día que
amaneció claro y radiante, decidimos ir al Fitu. Es un mirador, una especie de
balcón que parece sostenido en aire,
desde el que hay, dicen, unas vistas magníficas. Pero nosotros no las vimos
porque conforme nos acercábamos iba creciendo la niebla; casi no veíamos la
carretera ¡qué miedo pasé! Y al llegar solo niebla a nuestros pies. Es lo malo
de estas tierras norteñas, que no puedes hacer planes.
Pero nuestro ánimo
no decaía y otro día nos fuimos a Covadonga y los lagos. La cueva con la
Santina es un lugar entrañable. Se me ocurrió que allí hasta a un ateo le
darían ganas de rezar. Seguimos hacia los lagos. Una carretera estrecha, con
precipicio a la derecha cuando subes y una pared de roca cuando bajas. Si te
cruzas con otro coche, algo muy frecuente pues el tráfico es impresionante
(incluso puede ser un autobús) no sabes si acabarás en el precipicio o
incrustado en la roca. Pero como todo lo de esas tierras vale la pena pasar el
mal rato por el premio de la llegada. El panorama de los lagos es impresionante
y a pesar de la aglomeración se respira paz y se escucha el silencio. Pienso
que no deberían dejar subir tantos vehículos. Tendría que haber una regulación
del tráfico rodado pues se van a cargar el paisaje.
Siguiendo con
nuestra fiebre andariega no quisimos dejar de ir al mirador de Camarmeña. Este
es natural, una explanada de roca allá en las alturas donde te sientas y
contemplas el famoso Naranjo o Picu. El coche se deja en una zona habilitada al
uso y se sube un buen trecho por una empinada y estrecha senda. ¡Dios, lo que
he andado estos días! Aquí, otra vez mi marido creyó haber perdido el coche.
Cuando iniciábamos el regreso, mira hacia abajo y dice que no ve el coche, que
a ver si nos lo han robado. Y emprende un descenso vertiginoso, atropellando
excursionistas hasta que ya cerquita de donde habíamos aparcado lo divisó y se
relajó un poco.
Otra excursión
magnífica fue la de “la ruta del Cares”. Ahora, aquí sentada tranquilamente, me
pregunto cómo fuimos capaces de hacer algunas cosas de las que hemos hecho. La
“ruta” es dura y arriesgada, sobre todo para ir con niños. La verdad es que
todo el viaje han respondido muy bien, pero no sé qué pasará si el próximo
verano les proponemos algo parecido. Si tienes ocasión, busca en algún libro
esta ruta y te harás una idea de lo que te digo. Yo, con palabras, no sé
exponerlo en su inmensidad y belleza.
No todo iban a ser
excursiones de estas locas. Resulta que el primer sábado de agosto que sigue al
día dos, se celebra la “Fiesta de piraguas” o descenso del Sella. Se inicia en
Arriondas y allá que nos fuimos nosotros a meternos en el lío. Tú sabes lo poco
amiga que soy yo de aglomeraciones, pues bien, allí lo pasé fenomenal. Nos
estuvimos paseando por el pueblo mezclados con toda la gente que, curiosamente,
no hacía gamberradas, ni iba borracha aunque ya anduvieran dando algún traguito
de sidra. Nos situamos a la orilla del río, cerca del puente de donde parten
las piraguas y desde allí lo vimos todo, tan felices. Antes de salir alguien
lee una especie de bando y suena el “Asturias patria querida” Yo no sé lo que
me pasa con este himno, si es la música, si las gaitas, no sé ,pero el caso es que
me emociona.
La carrera acaba
bajo el puente del río en Ribadesella pero allí ya no fuimos. Lo curioso es que
a la vez que las piraguas sale de Arriondas un trenecito que va bordeando el
río y siguiendo la carrera. La gente lo aborda y desde él contemplan todo el
curso de la competición. Incluso hay lugares en los que para, la gente baja,
anima a los piragüistas, vuelve a subir y así hasta el final. Todo muy curioso
No sé si me dejo
algo, pero tampoco es cosa de escribir El Quijote.
Cuando recogimos a
mi hija emprendimos el regreso a toda prisa. Estábamos ya hartos de viaje y
ansiábamos nuestra casa. Hicimos noche en león donde visitamos la Catedral y
dormimos en un hostal que parecía de película de miedo, algo así como
“Psicosis”. Una dueña que parecía una bruja, recorriendo la casa cojeando,
apoyada en un bastón que hacía crujir el suelo por donde pasaba; unas
habitaciones que prefiero no recordar. Creo que nadie durmió esa noche.
Madrugamos y salimos para Murcia. No paramos hasta Aranjuez, otra vez en “La
rana verde” a comer y a todo mecha para casa. Llegamos ya noche cerrada, con la
entrada a la ciudad en obras, sin luz, una pesadilla. Mi marido iba ya tan
agotado que le dio tres vueltas a la Rotonda pues no encontraba nuestra salida.
Así las cosas, decidimos dormir en Murcia y a otro día, descansados, salir para
la playa.
Pensarás que
estuvimos locos al hacer así el viaje de vuelta. Nosotros, ahora, también lo
vemos así y nos hemos prometido no repetir jamás.
Bueno, cielo, te
dejo descansar de mis rollos. Dentro de nada habrán acabado las vacaciones y
podremos hablar largo y tendido. Hasta entonces, feliz verano y besos.
Constanza.
Hasta el próximo viaje qué ya tendrá fotografías.¿Qué os parecen estos viajes de mi amiga?
Estimada mater_et_magistra:
ResponderEliminarPodría comentar a su amiga Constanza que, si la memoria no me falla, este y los siguientes viajes los hicimos en el Peugeot 505, más o menos recién comprado, y no en el 124 blanco, que no habría llegado ni a la mitad del camino a esas alturas. Puede ser que me equivoque o que se trate de una licencia poética, en cuyo caso, vayan mis disculpas por ser un entrometido.
Por lo demás, me ha resultado muy emocionante rememorar aquellos días inolvidables. Siga, por favor, siga.
Un saludo.
¡Era el 124!
Eliminar¡Era el 124!
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