¡El mar! ¡Quiero el mar! -Sí, sí, vamos - Como tantos otros días, la sienta frente al gran ventanal desde el que se disfruta una magnífica panorámica marina. La dulce caricia del sol la baña. Es una mañana clara, diáfana y en el horizonte se funden cielo y mar en un azul intenso, de una belleza indescriptible. Está abrazada al muñeco que siempre la acompaña el de los dulces ojos soñados del color de ese mar que ahora contempla. Con la otra mano estrecha contra su pecho una bella edición de las “Rimas” de Petrarca. Mira al horizonte, abraza un poco más sus dos tesoros, cierra los ojos y sonríe.
No es tan triste como parece. Y si el lector quiere
puede imaginar detrás una hermosa historia de amor.
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