Esto de la
pandemia ha llevado a los seres humanos a una actitud, en cierto modo,
previsible. Unos se han afanado en dar vueltas de tuerca al asunto como si de
ese modo pudieran conjurarlo. Otros, se han dedicado a dar consejos de toda
índole. Entre los consejos aparecieron los listados de libros recomendables.
Una buena idea. Gracias. Pero yo, tengo mis propios criterios en lo que a
lecturas se refiere. Evidentemente he tenido más tiempo del habitual para leer.
El resultado es, en parte, esta colección de breves comentarios.
Lo último que
leí antes de que comenzara el confinamiento fue SIDI de Pérez -Reverte de la
que ya dejé constancia en este blog en su momento.
A partir de
ahí me enzarcé en la lectura de obras que, o bien no había leído o tenía olvidadas.
Empecé por
“Las olas” de virginia Woolf. Recordaba haberla leído y que me había gustado,
pero tengo la impresión de que no supe, en aquel momento, leerla porque me ha
parecido estar leyéndola por primera vez. Tal vez me impulsó a leerla el encontrarla
citada en “Expiación”. El caso es que me he encontrado con una obra magnífica,
original.
Esa sucesión
de monólogos interiores de una serie de personajes de ambos sexos que van
pasando de la niñez a la edad adulta es digna de una consideración especial.
Llama la atención que cada uno de los monólogos se inicia con. dijo A o B etc.
En realidad, es pensó, dijo para sí, que es a fin de cuentas ese tipo de
monólogo o subterráneo hablar de la conciencia como le llamó Clarín.
A través de
esos monólogos vamos conociendo no solo al personaje que piensa sino también a
los otros. Hay escasa descripción física pero la justa, a base de alguna breve
pincelada. Conocemos su estatus social, su carácter, sus sentimientos… Cada
personaje tiene temas y metáforas personales que vuelven recurrentemente como
“leitmotiv” y actúan como rasgos identificadores. Precisamente una de las
funciones asignadas al leitmotiv es la identificadora, a la que ha recurrido
con maestría la autora,
Con todo, tal vez lo mejor de la obra sea las poéticas
introducciones a cada una de las partes y el tratamiento del tiempo: horas del
día que irán asociadas a la evolución en la edad de los personajes.
Al acabar, me acerqué a una de las estanterías
llenas de libros que decoran en parte mi hogar y me salió al paso “El
Gatopardo”. Esta no la había leído, a pesar de que estaba en casa varios años.
Recordé que se hizo de ella una película, tenida por muy buena, que creo haber
visto pero de la que no recuerdo nada. Bueno sí, al protagonista, pero como en
un sueño. Un compañero más amante de la historia que de la literatura hablaba
con frecuencia de ella y la comparaba con “La Regenta” por aquello de la
crítica social.
No obstante
haber disfrutado con su lectura no me despertó el interés por analizarla. Solo
puedo decir: una buena novela digna de ser leída.
Al ir a
colocarla en su sitio me salió al paso “Los monederos falsos” de André Gide.
¡Hombre! De esta novela nos habló más de una vez nuestro gran profesor y
maestro D. Mariano Baquero. He de leerla. Creo que dijo de ella que es la
novela del novelista.
En
“Estructuras de la novela actual” De Baquero leo: “Es significativo en este sentido la
frecuencia con que en la novela actual se da la "novela del
novelista", la que tiene como personaje a un escritor que intenta escribir
una novela, en tanto se está ofreciendo al lector la suya propia. Ej.: Los
monederos falsos, de André Gide”
Es una novela
compleja y densa. Se podría considerar como
ejemplo de novela construida en forma de variaciones: en
realidad consiste en varias historias distintas, con un tema en común; una
especie de colección de cuentos con pie forzado. Pero los cuentos no está
relatados como un todo cada uno, sino que las historias se interrumpen, se
mezclan unas con otras, incluso se solapan.
Al final,
concluiremos que lo que
hemos leído es más que una novela la posibilidad de una novela. Encontramos
muchas opiniones sobre lo que es o debería ser una novela o un buen novelista.
Por ejemplo, leemos que para ser un buen novelista hay que saber escuchar. Yo
diría también sabre observar y no tener prisa.
En
cuanto a la creación de los personajes se dice en algún momento (lo piensa
Eduard) que cuando un novelista los describe con demasiada meticulosidad está
trabando la imaginación del lector al que habría que dejar que se los figure
como quiera. Es en la imaginación del lector donde debe conseguirse la
precisión, solo a través de dos o tres rasgos colocados donde convenga.
Podríamos agregar, colocados con maestría.
No
deja de ser una opinión muy personal. A veces hay personajes muy bien definidos
que nos subyugan. Otras, aun dando el narrador muchos detalles, el lector se crea
su imagen particular.
También
se habla de la dificultad que supone la creación de los diálogos. Qué
importantes son en algunas novelas, no solo en la que nos ocupa. Es a través de
ellos como con frecuencia conocemos definitivamente a los personajes, su alma,
su carácter…Constituyen estos, aquí y a veces, la red que va uniendo los
momentos y las historias. Recordemos como Galdós reconocía haber tomado
cariño a este nuevo tipo de novela que introduce en su estructura el diálogo.
Quizá fue el afán de realismo y objetividad lo que llevó a D. Benito al empleo
del diálogo como total estructura novelesca.
En
otro orden de cosas, el novelista confiesa su dificultad para inventar y su
predisposición a fijarse más en lo que podría ser que en lo que ha sido. Tal vez
el análisis de otras novelas nos llevaría a pensar que ese “podría ser o haber
sido” es lo que mueve con mayor frecuencia al novelista.
En
otro momento, Eduard habla del trabajo del novelista, del proceso creador. Él
lleva siempre un cuaderno en el que va anotando todo: “el cuaderno. Es el
espejo que paseo conmigo. nada de lo que me sucede cobra existencia hasta que
lo veo reflejado en él “(recuerda lo de la novela es un espejo a lo largo del
camino). Necesidad de resguardar las
ideas porque “En cuanto el corazón se mete por medio, embota y paraliza el
cerebro”.
Claro
que este sistema no es universal. He leído de escritores que llevan un fichero,
de los que, como Eduard, llevan una libretita, también de alguno que estructura
toda la novela mentalmente y luego la escribe. Después de todo cada hombre es
un universo y como reza el dicho popular” cada maestrillo tiene su librillo”
Para
Eduard la novela es el género literario más libre. Con frecuencia hemos leído
que la novela es un cajón de sastre, que en ella cabe todo, etc.
Así mismo opina que para escribir una buena
novela hay que empezar por creer lo que se cuenta y narrarlo con sencillez.
Evidentemente si el narrador no cree lo que está contando, creando,
difícilmente lo podrá creer el lector. Y en cuando a la sencillez, no deja de
ser un detalle digno de agradecer, que dicho sea de paso, no debe significar
falta de calidad.
En
cuanto a otros problemas con que se encuentra el novelista vuelve (siempre
Eduard) a los personajes de los que dice que él nunca los buscó, que le
salieron al encuentro y que una vez que están ahí el novelista se debe a ellos.
Concluye que a diferencia del científico que siempre busca, el artista
encuentra.
Este
hablar de la novela y el arte de novelar casi oculta el resto de temas que
encierra la novela.
Ya
he dicho al empezar que es una novela compleja y, por ello entre otras razones,
no entro en un estudio exhaustivo, para el que, por otro lado, tal vez, no
estoy preparada.
Mas
no quiero dejar de recoger otra interesante idea, que desde el punto de vista literario
aporta el autor:” La riqueza de nuestros clásicos estriba en la multiplicidad
de interpretaciones de que son susceptibles.”
Yo diría, además: la riqueza de una
buena novela.
También leí “Justine” primera de las cuatro
que componen “Cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell. Pero ésta se queda para
cuando consiga leer las tres que faltan.
Entre tanto sigamos leyendo, aunque
no estemos confinados porque siempre leer será un placer.
Empiezo por el final, leer es un placer, pero si además llena un tiempo de confinamiento mejor. Tu especialización en crítica literaria va en aumento, tanto en prosa como en poesía. Creo que a la hora de leer hay que saber elegir y tú lo has hecho muy bien. Con respecto a la relectura somos nosotros los que vamos cambiando con la edad y nos da la impresión de estar ante un libro distinto. Me pasó con El Quijote. Primero de joven y después a los 50 años.
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