MIEDO
Siempre estuvo ahí. De niña, por las noches, las escaleras, los patios
sin luz, las malditas costumbres de mamá…Miedo a la oscuridad, a los ruidos que
pueblan los silencios nocturnos… Creció y el miedo seguía ahí. Miedo a un armario
que no cierra bien, a las sombras proyectadas en la pared gracias a las luces que
se colaban de la calle…
Con el tiempo el miedo cambió de matiz. Miedo a hacerlo todo mal, a no
sacar buenas notas, a no responder a lo que se esperaba de ella, a no ser el
número uno…
Más tarde,
miedo a no ser vista, a no gustar, a no ser útil.
Llegaron otros miedos. Miedos
íntimos, del alma. Irreconciliables con la felicidad y la paz de espíritu. Eran
miedos que cubrían de una forma u otra todas las horas del día.
Finalmente comprendió que, sin
saberlo, había vivido en un constante estado de miedo, de pánico incluso, y supo
por qué. Había llegado a tener miedo al miedo.
¿Rectificar? Ya imposible. Pero, dejó de tener miedo a algo: a la
muerte. No la buscó, mas temió que: “su
paso por el mundo nadie lo recordaría”.
Siempre el
miedo estaba ahí.
Me ha encantado tu manera de expresar el sentimiento de miedo. Yo no lo he senido de niña, lo estoy empezando a sentir de anciana. Un acierto la repetición de la palabra miedo 15 veces, que las he contado, a modo de los golpes de tambor, durante toda la vida. Sigue.
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