Abro este blog con la intención de mantener un ameno diálogo con todo aquel que se acerque a él. Creo que lo más bonito de las relaciones humanas es esa comunicación que consiste en un intercambio de emociones, conocimientos, ideas….Esa comunicación que enriquece el espíritu.

"La relevancia de la comunicación humana, pues del contacto verbal surge un intercambio que aminora el dolor, palía la soledad y estimula el contento de vivir” Carmen Martí Gaite

jueves, 15 de febrero de 2024

 

  

Un hormiguero humano

“A mí, cuando viajo en metro, siempre me da por pensar…”  

(Carmen Martín Gaite)

 Querida, identificas tú el metro con el bosque. Una metáfora interesante que luego vas convirtiendo en profundidades, en subterráneos del alma. A mí, cuando viajo en metro, también me da por pensar. Pero yo en el metro no veo bosque. Veo un hormiguero.  Infinidad de galerías subterráneas que se cruzan y superponen. Cientos, miles tal vez, de personas que como laboriosas hormigas corren de un lado para otro, suben y bajan. Van cargadas o ligeras de equipaje. Van al trabajo o vuelven. Van en busca de la persona amada con la que tienen cita en la parada siguiente, van felices, tal vez sonriendo por dentro. O van hacia un hogar deshecho al que no querrían llegar. También podría ser que se dirijan a un dulce hogar donde les espera la paz, el descanso, el amor de su pareja y unos hijos; o unos amorosos padres… Habrá, como entre las hormigas, zánganos y obreras, incluso laguna reina.

  También, pues, a mí me da por pensar. Pero no en mi mundo subterráneo sino en las personas que me rodean. Me gusta mirar de soslayo las caras, las manos, los bolsos, la actitud que adoptan al sentarse o ir de pie, o el libro que leen. Son muy curiosas las caritas de los niños. Es un mundo que puede sugerir muchos mundos. 

Este hormiguero humano que es el metro debería dar para mucho a la hora de crear.

jueves, 1 de febrero de 2024

 

La magia de las manos

“Una mano larga y joven de apretón firme”

(Martín Gaite)

 

Si me lo permite le subo la maleta.

 Al volver la cara para ver al amble dueño de aquella agradable voz, se quedó asombrada. Las manos que cogían su maleta eran las más hermosas que había visto en su vida. Agradeció el detalle y se acomodó en su asiento. Su compañero de viaje, doblaba con sumo cuidado la cazadora para depositarla también en la repisa maletero y pudo así seguir contemplando aquellas manos. Luego, también él se acomodó, sacó un libro que al igual que había hecho ella colocó sobre la mesita abatible del asiento.

 Al manejar el libro las manos seguían totalmente expuestas a la observación de su compañera de asiento. Ella se sentía incapaz de retirar la mirada de las manos del hombre. Eran grandes, como no podía ser de otra amanera dada su estatura, viriles, muy masculinas pero bonitas, estilizadas, hermosas, casi delicadas.

 La mujer incapaz de concentrarse en la lectura, había dejado las suyas, las manos, reposar sobre el libro, lo que dio lugar a que su compañero se detuviera en su contemplación. Pensó éste, que eran las manos de mujer más bonitas que conocía. No recordaba haber visto otras igual. Le parecieron delicadas, suaves, tiernas y se adivinaban cuidadas, algo que añadía encanto a la persona que las lucía.

 Cada uno por su lado admiraba las manos del otro. Fingían leer, pero observaban las manos. Aprovechando el paso del carrito del bar pidieron un café y el hombre, que iba en el asiento de pasillo, le acercó la taza. Esta circunstancia les sirvió para entablar conversación.

_No es muy bueno este café, pero ayuda a sobrellevar las horas del viaje

_Es verdad. Es una pena que hayan eliminado las meriendas y/o desayunos que ofrecían hace algún tiempo.

_Perdone, ¿va muy lejos o se apea pronto?

_Voy al final del trayecto.

 A partir de ahí se fueron enzarzando en una interesante conversación, pero a ambos, más que el tema les interesaba la forma de gesticular.

 Pensaba ella: Parece que habla con las manos. No gesticula en exceso, pero apoya constantemente su discurso con el movimiento de las manos. Tal vez sea actor. La verdad es que hasta siento vergüenza pensar algo que me está rondando la mente.

 A su vez a él le fascina la forma de moverlas ella. Pensaba: parecen mariposas revoloteando, parecen florecillas movidas por la brisa. Es una delicia contemplarlas. ¡Quién fuera poeta o pintor para inmortalizarlas! Son maravillosas, exquisitas, acariciadoras. ¡Qué dicha sería poder acariciarlas o sentirse acariciado por ellas! ¡Qué osadía!, piensa al fin.

 El viaje ha llegado a su fin. Al despedirse en la estación un apretón de manos, que es saludo y despedida. Ambos sienten una calidez nunca experimentada y aquellas manos emitirán un mágico mensaje: Nos hemos de volver a encontrar.